LA TOLERANCIA Amalia domingo soler


-¡Ay, madre! ¡Qué mañana tan hermosa…! Ya tenías tú razón que en el campo se debe madrugar para disfrutar de los encantos que tiene la Naturaleza.

-Me alegro que te convenzas, hijo mío, de que es una ingratitud no levantarse temprano para admirar la grandeza de Dios, porque lo que es la salida del Sol, aunque todos los días es lo mismo, como tú me decías ayer, no por eso deja de ser menos admirable la vida que difunde con su luz, con su calor; parece que el Sol dice a la Humanidad: ¡Buenos días! ¡Buenos días! Ya estoy entre vosotros.

-Sí, mamá, sí; tienes muchísima razón. ¡Estoy contentísimo de haber venido; qué bien hemos almorzado! Pero ahora falta lo mejor; falta la historia.

-Es muy tarde ya; nos hemos entretenido demasiado en la fuente y tu padre nos estará esperando.

-No, no nos estarás esperando, porque él me dijo que nos vendría a buscar al bosque después de despedir a mi tío; no te escapes, no; ayer me dijiste que hablarías sobre la tolerancia; pues, comienza con ser tolerante con mi exigente impaciencia.

-¿Y por qué no comienzas tú con tolerar una prórroga esperando hasta mañana? Hoy estoy muy cansada; hemos andado mucho.

-No, no; no transijo; estoy en ascuas por saber qué es lo que puede conseguir la tolerancia.

-Dices, ¿Qué es lo que puede conseguir? Todo se consigue sabiendo tolerar; sentémonos, pues, y escucha: ¿Te acuerdas de doña Margarita?

-¿La señora que vive en el piso cuarto de nuestra casa?

-Sí, la misma; ¿Qué te parece dicha señora?

-Yo creo que es una santa; hasta la portera habla bien de ella, que es cuanto se puede decir.

-¿Y qué te parece a ti? ¿Es feliz, o desgraciada?

-Yo creo que es muy feliz, porque su esposo, si le preguntan quién es Dios, contesta que es su mujer; yo cuando subo a jugar con


su sobrino Arturo, siempre los veo hablando amigablemente, como

hablas con papá.

-Pues, mira; toda esa felicidad es obra de ella, porque antes era doña Margarita la mujer más desgraciada de la Tierra.

-¿Con este mismo marido?

-Sí, con éste, pues no ha tenido ningún otro; se casó muy joven, casi una niña, y ha sufrido diez años de martirio.

-¡Diez años…!

-Sí, diez años; y para que veas lo que se puede conseguir con la tolerancia, escúchame con atención.

-¡Ya lo creo que te escucharé, porque has de saber que, después de ti y de mi papá, quizá sea doña Margarita la persona que

yo más quiero en este mundo, porque es tan buena! ¡Si vieras lo que quiere a Arturo! Nunca le dice a su tío, si no se sabe la lección, ni si mancha las planas, ni si pierde los libros, todo se lo dispensa; mira,

tú no harías más por de lo que ella hace por el sobrino de su marido.

-Lo creo; está acostumbrada a ser ángel de paz y de amor. Como te decía, al salir del colegio, su madrastra la casó enseguida para quitarse quebraderos de cabeza, y Margarita, al vestirse de largo, fue para ponerse el traje de desposada y ceñir a sus sienes la corona

de azahar.

Se casó con un joven muy rico, acostumbrado a satisfacer todos sus antojos, porque, no teniendo madre, su padre lo entregó a

un sacerdote, que le servía de mentor, y maestro y discípulo llevaban una vida asaz desarreglada… Margarita, después de pasar con su esposo una semana en el campo, regresó a la ciudad muy desilusionada de su marido, porque conoció, aunque tarde, que iba a

ser muy infeliz; pero convencida de que su mal ya no tenía remedio, pues no tenía donde volver los ojos, y animada al mismo tiempo por una esperanza muy consoladora, se propuso tolerar los innumerables defectos de su esposo, a ver si conseguía volver al redil a la oveja descarriada, que por cierto, no tenía el diablo por dónde desecharlo, porque le dominaban todos los vicios; pero Margarita, con una paciencia de santa, nunca le reconvenía por sus innumerables desaciertos, y ninguna noche se acostaba hasta venir

su esposo, que por regla general se iba a casa cuando clareaba el alba, y como tenía la costumbre de comer algo antes de acostarse,


ella le tenía la mesa puesta y todo muy bien preparado,

acompañándole mientras él comía.

Él soa decirle: No seas tonta, mujer, acuéstate, no te mortifiques tanto; si piensas que voy a cambiar de conducta por tus desvelos, te llevas chasco; yo no puedo hacer otra vida; desde niño

me he recogido a la madrugada y seguiré así hasta que me muera.

Ella se sonreía y le aseguraba que no se mortificaba esperándole, y él se encogía de hombros y seguía trasnochando, y lo que es peor aún, perdiendo en el juego su inmensa fortuna y el gran dote que llevó Margarita, llegando el caso de tener que despedir a la servidumbre, cambiar de casa y contentarse con vivir en un piso cuarto los que estaban acostumbrados a vivir en un palacio y a tener carruajes y caballos hermosos que llamaban la atención y ganaban premios en las carreras. Mas no por tantos contratiempos cambió de proceder el marido de Margarita; siguió jugando y perdiendo; su carácter se agrió extraordinariamente, y estar a su lado era estar en el infierno; pero Margarita no se daba por entendida con su esposo de

lo que sufría, siempre le esperaba sonriente; lo único que hacía era que, en lugar de esperarle leyendo, le esperaba cosiendo o bordando, para ganar el sustento de los dos, porque llegaron a sentir hambre y sed, y por si esto no fuera bastante, una noche notó Margarita que

su esposo estaba más preocupado que de costumbre, y le dijo:

-¿Qué tienes? ¿Qué te pasa? ¿Qué te sucede? ¿No sabes que tus penas son mías? Dime lo que te atormenta.

-Nada de particular, hasta cierto punto, porque como mi padre

me enseñó el camino del juego, él también ha jugado y ha perdido, y hoy me mandó llamar para decirme que mañana pensaba irse al hospital, porque el único criado que le quedaba lo ha abandonado, y solo no puede quedar en el estado en que se encuentra, porque si no

lo levantan del sillón o de la cama, él no puede moverse por sí mismo; así es que mañana te cuidas tú de acompañarlo al hospital, porque yo… al fin…es mi padre… y me repugna dar ese paso.

-Mañana -le dijo Margarita,- iré por tu padre y no lo llevaré al hospital.

-Pues, ¿A dónde lo quieres llevar?

-¿Adónde? A casa de su hijo.

-Pero, mujer, si hay días que ni tenemos pan para nosotros.


-¿Y eso qué importa? Tu padre morirá en mis brazos, si es que

yo no me voy antes; es tu padre, y el padre de mi marido me pertenece.

-Tanto me da, haz lo que quieras.

Al día siguiente Margarita empeñó un colchón de su cama para pagar el coche en el cual colocó al padre de su esposo, al que cedió

la mejor habitación de su modesta casa, y le cuidó con el mayor cariño, como la hija más amorosa; el anciano quedó paralizado por completo, hasta el alimento había que ponérselo en la boca, y Margarita, lo que nunca había hecho, recurrió a sus antiguas amistades, a las sociedades benéficas, a los sacerdotes más ricos, a todos pidió auxilio para mantener a su padre político; y durante dos años fue una verdadera hermana de la caridad; al fin, el anciano murió en sus brazos, y ayudada del portero de su casa, lo amortajó y

lo dejó sobre su lecho, encendiendo cuatro velas; su marido llegó a comer, entró a ver el cadáver, se encogió de hombros y se marchó muy deprisa, y aquella noche Margarita se quedó sola velando al muerto.

A la madrugada llegó su esposo, como de costumbre, y

Margarita le dijo así:

-Mira, esta noche no te acompaño mientras cenas, porque no quiero dejar solo a tu padre, ya que es la última noche que lo tenemos aquí.

Y se fue a sentar junto al cadáver. ¿Qué sintió entonces aquel hombre? Miró a su esposa, abriendo desmesuradamente los ojos, miró a su padre y cayó de rodillas ante Margarita llorando como un niño, diciendo entre sollozos:

-¡Soy un miserable…! ¡Me avergüenzo de mismo…! ¡Diez años de tormentos no han vencido el heroísmo de esta mujer!

¡Margarita! ¡Alma superior! ¡Recíbeme en tus brazos, que yo te prometo, ante el cadáver de mi padre, ser tu esclavo; yo besaré el suelo que pises, yo no viviré más que para ti, yo trabajaré, yo arrancaré piedras de las canteras para darte el pan de cada día!

¡Margarita! ¡Perdóname...!

Margarita estrechó a su esposo contra su corazón, y los dos juntos besaron al muerto, diciendo Margarita:


-¡Padre mío! ¡Qué pronto me has dado la recompensa! Yo

ponía el pan del cuerpo en tus labios, y me lo has devuelto dándome el pan del alma

Desde aquella noche memorable, Margarita se ha conceptuado feliz; como su esposo estaba tan bien relacionado, pronto encontró colocación en casa de un antiguo amigo de su padre, y los diez años

de tormento que sufrió Margarita, tolerando los abusos de su marido, le han sido recompensados con la admiración y el respeto

de cuantos la conocen. Su marido ha publicado a son de trompetas todos los sufrimientos que ha soportado su esposa con verdadero heroísmo, con evangélica tolerancia, porque nunca tuvo para él una reconvención, ni una palabra ofensiva ni de doble sentido; siempre

le respetó y le consideró sin herir en lo más leve su susceptibilidad. Con su tolerancia se ha conquistado un paraíso; ahora vive Margarita en la gloria. El sobrino de su esposo es para ella un hijo;

ya ves, hijo mío, todo lo que se puede hacer con la verdadera tolerancia.

-Tienes razón, mamá, tienes razón; por algo yo encontraba en doña Margarita una atracción tan inexplicable, y era su virtud la que

me atraía.

-Sí, hijo mío, sí; es indudablemente un Espíritu superior, porque sólo un alma elevadísima puede devolver bien por mal, como ella ha hecho, sin sentir hacia el causante de sus males la más leve aversión; muy al contrario, sentía por su esposo una compasión inmensa, y mientras él más se hundía, más anhelaba ella levantarle.

-¿Sabes, mamá, que la tolerancia es una gran virtud?

-Para mí, hijo mío, es la madre de todas las virtudes, porque el que tolera, perdona, y el que perdona, olvida las ofensas, y olvidándolas…¡Ama!

-Y mañana, ¿Qué me contarás? Ya estoy deseando que llegue mañana.

-Yo también, dijo el padre del niño apareciendo de pronto ante su esposa y su hijo, -y que mañana yo quiero ser también de la partida.

-¡Ay, qué bien, papá, qué bien! Lo que me cuenta mamá me interesa más que todo cuanto he leído hasta ahora.

-Es natural, hijo mío; tu madre habla con el corazón, y el lenguaje del sentimiento es la música del infinito.


-Y dicen que la música domestica las fieras.

-Eso dicen; conque tú, que eres un hijo muy bueno, mira si te aprovecharán los relatos de tu madre.

-¡Qué feliz soy…! Entre vosotros llegaré a ser grande.

-Sí, hijo mío; es grande todo el que quiere serlo, y procuraremos que lo seas por medio del amor, sobre el cual te hablaré mañana.

-¡De este modo, mañana será… la mañana del amor!.


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